30 de agosto de 2010

El camino de Miguel Delibes

Acabo de leer este libro de Don Miguel Delibes, salvo fallo de mi memoria, solo había leído de él un libro, ‘ El Hereje ‘. ¡ me gustó !

Así como también me ha gustado ‘ El Camino ‘, pero de otra forma.

El Camino es un libro precioso, es la historia de tres niños de un pueblo de Castilla en los años 50, y me recuerda un poco mi primera infancia que transcurrió también al final de esa década, el entorno de un pueblo mallorquín y los paisajes evidentemente eran distintos, pero algunas sensaciones y vivencias fueron parecidas.

Ciertamente me vienen a la memoria algunas similitudes. Algunas partes del relato que hace es mi relato, tu relato , cambiando motes, paisajes, vecinos, el pueblo que describe bien pudo ser mi pueblo.

Me agrada de este libro de Don Miguel, su estilo castellano, sus extensas frases que hacen un dibujo de su Castilla, donde predomina el fondo sobre el lenguaje, es una de las lecturas más sencillas que haya leído.

Es una historia del día a día, centrada en las vivencias de tres niños, de unos tiempos que aún nosotros recordamos, pero que, poco a poco, irán quedando en el olvido, mis hijos por ejemplo jamás los habrán vivido ni por tanto recordado.

Es la crónica, sobre todo de una Castilla rural, narrada con cierta añoranza, y es que de la mano de Daniel el Mochuelo, vamos conociendo a cada uno de los peculiares habitantes de este valle castellano que tanto le entristece abandonar. Sin duda el paisaje de Don Miguel, y es que a raiz de esta lectura me he interesado por su vida, y he leído que en una entrevista que le realizaron en 1986 dijo... “A mí me agradan los espacios abiertos. Me gusta la naturaleza, y también me alegra conversar con mis semejantes uno a uno, dos a dos, o tres o tres, pero no más” . Yo podría afirmar “ Y a mi también, ja ho crec que si“


De esta lectura uno se da cuenta de que se puede hacer literatura escribiendo sencillamente de la misma manera que se habla. No le eran precisas las frases o construcciones complicadas, entiendo que Don Miguel Delibes huye de la grandilocuencia y de otros estilos pomposos.

No sé cuando leeré otra obra de este buen escritor ( y tengo la impresión que mejor hombre ), pero confío en que será más pronto que tarde.

Trozo de Texto (para mis recuerdos) :

…”Visto así, a la ligera, el pueblo no se diferenciaba de tantos otros. Pero para Daniel, el Mochuelo, todo lo de su pueblo era muy distinto a lo de los demás.

Con frecuencia, Daniel, el Mochuelo, se detenía a contemplar las sinuosas callejas, la plaza llena de buñigas y guijarros, los penosos edificios, concebidos tan sólo bajo un sentido utilitario. Pero esto no le entristecía en absoluto. Las calles, la plaza y los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisionomía. A un pueblo lo hacían sus hombres y su historia…. Y Daniel, el Mochuelo, sabía que por aquellas calles cubiertas de pastosas buñigas y por las casas que las flaqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir…”
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Si les apetece dejen un comentario, será bienvenido.

8 de agosto de 2010

La última niña del Sáhara

Reportage publicado en Diario de Mallorca, el 01/08/2010

( M.Victoria Toledo pasó su infancia en la zona saharaui bajo dominio español y aún recuerda la noche de su evacuación )
Vicky con su padre Tomás, delante de la iglesía y al fondo con puerta verde su casa.


MAR FERRAGUT. PALMA. Antes de irse los soldados cogieron a todos los perros del pueblo y los mataron. Victoria oyó los disparos desde la orilla. Tenía ocho años y recuerda con claridad esa terrible madrugada de noviembre en la que su niñez cambió de color. Aquella noche fue evacuada de La Güera, el pueblo del Sáhara español en cuyas calles ella creció libre y feliz. Su familia aguantó mucho allí, pero tuvo que irse cuando España perdió definitivamente el control de la zona, a finales de 1975. Victoria no se acuerda casi nada de los meses posteriores a esa noche, excepto que cada día preguntaba: "¿Cuándo volveremos?". De los seis años que pasó en territorio saharaui no se olvidará "nunca".


Victoria Toledo nació en Canarias y lleva siete años viviendo aquí, junto a su pareja que es mallorquín. Mira con nostalgia las fotos de colores gastados de aquellos años 60 del Sáhara, donde también se llevaban los pantalones de campana, los estampados psicodélicos y las gafas de sol gigantes. Su padre era pescador y en 1967, perseguido por una fuerte crisis, se trasladó a Nuadibú, en Mauritania, a uno de los mayores puertos pesqueros de la zona. La madre de Victoria era maestra y en 1969 pidió el traslado al cuerpo de maestros del Sáhara. Y así fue como la familia Toledo Molina empezó a vivir en África.

"¿Por qué la gente va con máscara?". Eso le preguntó Victoria a su madre cuando desembarcaron en Nuadibú. Era muy pequeña, tenía poco más de dos años, y no entendía por qué la piel de aquellas gentes era más oscura. Al poco tiempo de vivir allí, ya ni se daba cuenta de que la piel de su amiga marroquí Jutta era diferente de la de su amiga española Sonia. "No encontraba nada raro, para mí era de lo más normal ir todos juntos a la escuela", razona.

Pasaron un año en este pueblo mauritano antes de trasladarse a La Güera, donde su madre se convirtió en la directora de la escuela y donde su padre acabó estableciéndose como un próspero consignatario. El pueblo tenía alrededor de 2.500 habitantes, la inmensa mayoría saharauis. Muchos eran nómadas y vivían en tiendas.

De 1º a 5º curso los niños de distintas edades y procedencias iban todos juntos a la misma clase. Recuerda que a los árabes les revisaban cada día las uñas y la cabeza, para ver si tenían piojos. A las cinco, los españoles se iban a catequesis. Los saharauis se quedaban para recibir clases sobre El Corán. Después de la formación religiosa y porque su madre se empeñó, Victoria iba a clases particulares de lengua árabe. "Y no puedo acordarme de nada", se lamenta. Cuando se volvían más mayores, la mayoría de españoles mandaban a sus hijos a Europa para seguir estudiando. A los saharauis les sacaban de la escuela cuando ya sabían leer y escribir.

"Lo que más me gustaba era poder salir a la calle y hacer lo que me diera la gana", cuenta, "las puertas estaban siempre abiertas y casi no había ni un coche, ¡y había un cine!". El cine, eso sí, solo funcionaba por la tarde, durante aquellas cinco horas en que encendían el generador del pueblo. Porque en La Güera no había electricidad y en las casas no había neveras. En 1975, el último año en que el Sáhara Occidental estuvo bajo dominio español, el Gobierno "puso electricidad durante todo el día y hubo muchas mejoras". Pero la electricidad no servía para ahuyentar los rumores de combates que se oían de territorios no tan lejanos. No evitó que llegara la inquietud, los nervios. El miedo.

"Mi madre pedía información al Ministerio y nos decían ´no os preocupéis, no pasa nada´". En teoría, ´no pasaba nada´, pero a mediados del 75 los españoles empezaron a irse. Victoria fue la última niña española que quedó. La última niña de La Güera. Las primeras en marcharse fueron las mujeres, pero a su madre no la dejaron trasladarse por ser la directora del colegio. Por aquel entonces, llegó un destacamento con 300 soldados para proteger a los que aún estaban allí. Se ordenó toque de queda y a partir de las seis de la tarde La Güera ya parecía un lugar deshabitado, un pueblo fantasma.

"Aquellos meses no me gustaron", narra: "Mis amigos se fueron, rompieron la puerta de la iglesia y de la escuela y había manifestaciones por las calles con gente gritando ´¡españoles fuera!´". En aquellas manifestaciones había personas que antes habían sido amigos de su familia. Una noche llegó el teniente al mando del destacamento a su casa. Su padre le mandó que se encerrara en su cuarto. El teniente fue claro: "Nosotros nos vamos esta noche". Los Molina Toledo, evidentemente, también se fueron, así como los pocos compatriotas españoles que aún vivían allí. Todos comenzaron a hacer cajas rápidamente. Salvaron libros, ropa, las fotos, alguna documentación importante, algunos juguetes... Pero fue más lo que se quedó que lo que se pudieron llevar. Los llevaron en coche a la playa. Fue entonces cuando oyó los disparos, cuando mataron a los perros, cuando su infancia cambió.

"Los soldados eran críos, tenían 18 años, yo oí como lloraban por la noche, tenían miedo", relata. La Marcha Verde que inició el rey marroquí Hassan II a principios de noviembre de aquel año fue supuestamente una medida de presión pacífica para recuperar el territorio colonizado. Pero hubo bombardeos. Y hubo víctimas. "Sé de compañeros de clase míos que murieron", se lamenta Victoria, quien ha conocido en Mallorca a otras personas que pasaron por lo mismo que ella y que, más de 30 años más tarde, no quieren hablar del tema porque aún no han superado el trauma.

La noche en que dejaron África fue larga. Los soldados aprovecharon la oscuridad por seguridad. Pasadas las doce y ya en alta mar, tuvieron que trasladarse al buque Ciudad de Cádiz. Recuerda como alguien la levantó y la tiró por la borda. Su padre la recogió al otro lado. En ese barco, entre soldados y civiles, viajaban apiñadas más de 350 personas. Llegaron a Las Palmas, rodeados de fragatas militares, al día siguiente. Se acuerda de cómo bajó las escaleras del barco. Y de los siguientes cinco meses no recuerda nada. Los bloqueó, no se sabe si por el miedo vivido o por la nostalgia. Le contaron que su rutina diaria durante muchas semanas consistió en ir a la explanada del puerto a recuperar sus cosas de las miles y miles de cajas que se desembarcaron aquella mañana.

"Franco se moría, parecía que España estaba al borde de una guerra civil, Hassan II lanzó el pulso de La Marcha Verde, hubo guerras y escaramuzas, los saharauis se aliaron con la Argelia comunista y se pusieron a Estados Unidos en contra... todo el mundo lo hizo fatal". Y ellos, los Molina Toledo, que "ninguna culpa" tenían, tuvieron que "volver a empezar, otra vez de cero". Todavía pudieron refugiarse en casa de su abuela, pero otros repatriados no tenían donde caerse muertos. Tomás, el padre de Victoria, no pudo recuperar nada del negocio que había conseguido levantar de la nada con esfuerzo. El Gobierno español le dio 200.000 pesetas de indemnización. Pidió más, por todo lo que había tenido que dejar por la "descolonización forzosa", pero nunca se lo concedieron alegando que necesitaban justificantes de la compra del barco, el local, el transmisor de radio... Alegó que no habían tenido tiempo de coger toda esa documentación, pero el argumento no le sirvió de nada. Intentó volver a La Güera para recuperar cosas. Pero fue imposible.

Victoria tampoco ha vuelto desde entonces. Y se muere de ganas de ir, aunque el pueblo como tal ya no exista porque "todo quedó bajo la arena". El año pasado Victoria, que trabaja como veterinaria para el Govern, estuvo a punto de ir pero se quedó embarazada. Ahora tendrá que esperar a que la pequeña Nuria crezca un poco para poder enseñarle las calles por las que su madre fue tan feliz en aquel final de los años 60, ajena a fronteras, colonialismos, guerras de poder y soberanías. Espera poder volver pronto a ese trozo de África que un día fue español para buscar su antigua casa, la casa de la última niña española del Sáhara.

Autor :  Mar Farragut - Fuente: Diario de Mallorca
La Güera en : Wikipedia



OTRAS FOTOS DEL ARTICULO

Su madre junto a otras autoridades locales
Vicky con gafas, se asoma por la izquierda, su madre a la derecha con gafas y pañuelo

Vicky con gorra y entre los soldados que la evacuaron
La Güera en 1996 semi-derruida y abandonada

Imagen actual de Victoria con Nuria

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